“Mi muy querido Alaster, te saludo.
Diez años han pasado desde que servimos juntos en la guerra de Roceana, muy lejos en la isla de Trimo, nuestra última defensa contra los invasores del este. No he podido volver allá, algo en el mar me aterra y por eso no he aceptado ninguna de tus generosas invitaciones para unirme a tu grupo de justicieros. ¡Dejaste la milicia, viejo obstinado!
La imagen de barcos ardiendo llenos de personas me atormenta en las noches. Grandes, medianos y pequeños, todos juntos pero solitarios en la infinidad del mar. Consumidos no solo por el fuego sino por las ascuas en los corazones de guerreros que seguían luchando a pesar de saber que su destino los aguardaba muy abajo en las oscuras profundidades. Sus cuerpos se deslizaban gloriosos hacia la eternidad.
¡Ah, Roceana! Una de tus muchas guerras y la única para mi. Pensaba que mi magia me iba a mantener a salvo de los horrores de la guerra y aún hoy sigo pensando que nunca estuve más equivocado en la vida. Recuerdo con temor y el corazón acelerado la primera vez que vi morir a uno de tu hombres, ese joven muchacho impaciente de una remota aldea cuyo nombre he olvidado. Ese al que siempre decías que dejara de moler hongos secos entre el tabaco de su pipa. El martillo con púas de un Azer le abrió un agujero de 20 centímetros en el pecho. Esos desgraciados con fuego en lugar de cabello incendiaban las aldeas y se escondían entre las llamas para luego emboscarnos.
Han sido años gratificantes para mi, sigo al servicio del reino como maestro escriba y traductor, como el día que te conocí en ese convoy que bajaba de las montañas a paso doble para embarcarse desde la ciudad de Palenna a reforzar las defensas de la sitiada isla de Trimo. “Ahí les dejo su escriba” fue lo único que atinó decir el capitán antes de subir en su caballo y abandonarme con el grupo de ochenta hombres apestosos que hoy recuerdo con aprecio, cariño e infinita gratitud, pero que en esos días odié con el alma. ¡Qué equivocado estaba!
Mi esposa, Samaris, murió hace unos meses y eso me motiva a escribirte. No te preocupes, no me agobia a tristeza pero nuevos rumbos se tejen en el manto de mi destino. Ella murió haciendo lo que le gustaba y recordó con cariño el día que me arrojaste desmayado sobre su carreta y le dijiste “no lo dejes morir”. Luego te fuiste. Salvaste mi vida dos veces de formas muy diferentes en el mismo día.
Mis hijos están ya preparándose para una vida de aventuras, el mayor quiere ser explorador o guardabosques, a veces del reino y a veces de la milicia. No se decide pero ya comenzó su entrenamiento cerca de Tyrton. La menor quiere ser médica, como su madre, pero a veces se deja llevar por su lado guerrero y se confunde; te culpo enteramente por eso. Te recuerda con cariño aunque sólo te vio esa vez, a los 6 años, que me visitaste de paso hacia el norte con tu tropa de soldados. Cada que piensa en ello exagera la historia y no puede creer que su padre, un flaco enclenque haya marchado con una compañía tan respetada como la tuya. Te culpo por prometerle que la ibas a entrenar cuando fuera mayor, te culpo con cariño. La envié a la Orden del Puño Plateado a prepararse en ese escuadrón de clérigos que básicamente son mitad guerreros y mitad médicos que nunca te agradaron mucho. Allí conoció a uno de los hijos del rey y son buenos amigos.
¿Puedes creerlo? Mi hija es amiga del hijo menor del rey. Creo que debes conocerlo, serviste junto a su hermano mayor durante la guerra. ¡Qué pequeño es el reino!
Supe que perdiste una pierna y lo lamenté casi tanto como cuando dejé caer tu hacha de guerra en esa laguna. Creí que iba a ser tu fin pero luego me contaron que seguiste luchando con una pata de madera que seguro le robaste a un corsario. Por ello te escribo. Porque admiro tu perseverancia a pesar de haber perdido a tu familia y de no tener hogar. Por un momento quise escribir que mi hogar es el tuyo pero lo pensé mejor y ahora quiero que me recibas en tu hogar: la guerra y las aventuras. Mi esposa murió y mis hijos se fueron, estarán bien. Yo no estoy joven pero tampoco viejo para sentarme a cuidar un jardín y escribir aventuras de otros: quiero vivir mis propias aventuras.
En parte siento que me lo debo a mi mismo, te lo debo a ti y se lo debo a todos los hombres que murieron para que yo llegara a este punto en mi vida. Es mi deber con ellos.
Supe que viajaste al sur, hacia los bosques de Kehéora a sofocar una rebelión. Cuando puedas, déjame saber donde acampa tu tropa y me uniré a ustedes de inmediato.
Siempre a tu servicio,
Theoduin Adelareo”
La carta llegó a la ciudad de Atimuruk a finales del año 965, después de viajar cientos de kilómetros pasando por Tyrton, Kendamet y Halis. Fue recibida personalmente por el General Taeral Vageiros quien la leyó durante el funeral de Alaster Traetien, honorable guerrero y héroe del reino, caído diez días atrás defendiendo una pequeña aldea de gnomos cerca de las costas de Kehéora.
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