“En el hombre no se encuentran ni el bien ni el mal en exceso”

Ensayo sobre la máxima
“En el hombre no se encuentran ni el bien ni el mal en exceso”
 Juan Esteban Martínez Quintero

El análisis de las motivaciones humanas y su relación directa con la materialización de sus acciones ha sido un factor determinante en el estudio de nuestra existencia desde hace siglos. Esta observación que va desde lo meramente biológico pasando por lo espiritual, social y político, llega finalmente a lo cultural en un intento de abarcar, dentro del estudio del ser y la cultura, todo lo determinante para definir si algo es bueno o malo. Lamentablemente por más disciplinas o ciencias que se han dedicado a intentar darnos luces, no sólo para explicar la pulsación por el mal extrapolado con el bien, sino también para intentar predecir o medir este elemento no han logrado grandes avances objetivos y casi cualquier método usado sigue siendo relativo e impreciso.

Pensar de entrada que puede analizarse objetivamente la máxima estudiada sobre el bien o el mal en una persona sin tener en cuenta elementos como el contexto, la cultura, los códigos morales y éticos es bastante pretencioso. Por otro lado ante la falta de elementos cuantificables de análisis, es imposible avanzar sin tener que hacer la concesión social de que lo malo es relativo y responde simplemente a lo que va en contra de los postulados comúnmente aceptados por acuerdo o convenio moral del entorno desde el cual se le analiza, y donde obligatoriamente se encuentra el sujeto, real o hipotético, del estudio. Esta falta de claridad desvirtúa de entrada la máxima sobre la que se escribe este ensayo ya que la primera respuesta intuitiva que emerge de quienes la escuchan es “eso depende” o “es relativo” ya que sin contexto o delimitación moral, se hace imposible aceptarla sin controvertir o al menos sin detalles de cómo y dónde aplicarla.

Esto sucede ya que según diferentes códigos morales, unos con conceptos y terminologías más amplias o precisas que otros, no podría saber si existen matices de bien o mal o si simplemente una persona por hacer algo malo queda automática e ineludiblemente suscrito en la categoría del mal o viceversa. Además hay un asunto en cuanto a equivalencias y otros conceptos como verdad, justicia, orden, armonía, equilibrio, paz o libertad, que podrían sugerir que una acción buena pueda o no borrar una mala como una suerte de equivalencia de intercambio. En todos los casos, definir primero los parámetros morales que aplicarán sobre entorno donde está ubicada la máxima facilita marchar a favor de ella y considerarla pertinente pero esto, de antemano, limitaría su correcta aplicación al contexto. Es por ello que basada en absolutamente nada, la sentencia no es concluyente para nada más que un llamado moral simbólico que remite más a una reflexión sobre el concepto de equilibrio moral, bastante ligado a religiones o cultos orientales donde se entiende que la fortaleza del ser está en el espíritu y éste es siempre variable, transmutable y dinámico cuando de acciones y repercusiones morales se trata.

Sí existe en exceso el bien o el mal dentro de algunas personas, claro está, si se lo aborda y se llega a esta conclusión desde un sistema moral claro y definido como punto de partida para entender las acciones mínimas de una persona para mantenerse dentro del espectro moral aceptado. Considerar la posibilidad de que un hombre puede no ser malvado del todo abre las puertas a la creación de un soporte peligroso que justifique según esa lógica tan flexible en la que aunque existen todo tipo de matices de comportamientos y conductas negativas, son aceptables ante las normas y la aplicación de ellas.

Por ejemplo hay una frase popular que utilizan los defensores de la moral y que evidencia que el sentido de esta máxima lo da el contexto en el que se usa:  “Si mato a un asesino, al final del día el mundo tendría el mismo número de asesinos” a lo cual de una manera pragmática y un poco jocosa se puede responder: “¿Qué pasa entonces si mato dos o más asesinos?“. Si la intención era demostrar utilizando la matemática cómo lo moral puede pesar más sobre las acciones, pues la pragmática se encarga de jugar con la misma premisa numérica para desvirtuarla completamente, obviando incluso el hecho de que la persona del ejemplo ahora sería doble o triplemente asesino pero enfatizando que se pueden hacer varias interpretaciones morales incluso dentro de la misma doctrina. Hay gente buena que hace cosas malas o gente mala que sin saberlo hace cosas buenas, esto siempre y cuando, en este caso estemos utilizando como filtro un código moral de dos caras el cual ignora de lleno la posibilidad de acciones grises en diferentes tonalidades mezcladas ubicadas en la mitad del espectro donde algo pueda ser medio bueno o medio malo, sin asumir que la condición humana es siempre gris en lugar de una mezcla no matizada de blancos y negros.

Por ello es que es malo argumentar que el hecho de que existan comportamiento aislados que sean buenos o que no representen un riesgo ante las normas o contextos establecidos signifique entonces que el trato diferencial que debe darse a las personas que hacen el mal, entendido como lo malo real, deba ser tolerado o aceptado dentro de los parámetros o convenciones que una sociedad acepte como correctos, beneficiosos y necesarios para mantener el orden incluso si este orden implica no contar con una escala valorativa precisa pero legitimada por la necesidad básica de llegar a un consenso de los conceptos del bien y el mal.



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