LA HEREDERA DEL LAGO
La vida para Erik no había sido fácil desde que las autoridades, después de dos años internado, lo dejaran salir del Karolinska Institutet en Estocolmo. Tuvo que fingir cordura adoptando la identidad del cuerpo que había robado: Erik Svenson, un pobre bibliotecario solitario del pequeño pueblo de Värnamo, Suecia. Cuando salió del centro psiquiátrico su familia y sus hijos se habían marchado por temor a sus episodios de violencia extrema contra ellos y sus vecinos. En el último incidente, antes de su arresto, derribó de una patada la puerta de sus vecinos y entró atacando a todos con un martillo de construcción hasta ser detenido por la policía.
Explicarle a los doctores que su verdadero nombre era Hvitserk Havardsson, un Jarl de incuestionable lealtad al Rey Hjorvarth que dominaba la región y que fue enviado al futuro por el concejo de chamanes usando conjuros de la tradición Seidr, fue completamente inefectiva. Después de varios meses de intentar huir o convencerlos, decidió jugar su juego para poder salir. Le tomó más de un año lograr su escape y retomar la vida del pobre bibliotecario en un mundo en el que ya no podía tomar lo que necesitaba de pueblos vecinos. En este nefasto futuro tenía que trabajar.
Volvió a su pueblo natal al sur del país intentando reconstruir una vida que no era suya, el cuerpo que habitaba no le pertenecía pero era su único medio para sobrevivir a estos misteriosos designios. Caminar todos los días de la casa a la biblioteca en un mundo indescifrable, gris y monótono lo tenían al borde de la locura. Espió la ciudad como a un enemigo: aprendió el idioma, leyó sus trazos en el papel, escuchó las canciones de sus bardos y hasta intentó trabajar como guerrero en uno de esos enormes carruajes de metal que escupen fuego y truenos contra el enemigo; lo rechazaron. En silencio, seguía buscando en los registros históricos algún rastro que le permitiera cumplir su tarea y volver a su época para evitar una guerra y ser conocido como Hvitserk el pacificador. Lamentablemente los recuerdos de Erick lo atormentaban día y noche.
En su mente los recuerdos esporádicos de su esposa, Helga, se confundían en las noches con la imagen de la esposa de Erik. En cierto punto, ambas mujeres se fundieron en una misma mujer, tan perfecta y tan bella como las de los cuentos y poesías élficas. Lo mejor de cada una le dió forma a este ser místico que carecía de errores y que irradiaba dones virtuosos. Intentó unirse a la armada para olvidarla navegando los mares que tanto amaba. Lo sobrecogía la imponente visión de esos enormes långskepp de guerra del tamaño de una ciudad que partían cada mes a patrullar las costas de este gran reino unificado llamado Suecia. También fue rechazado. Sobre su misión no tenía una sola pista.
¿Cuántas naciones se rendirían a los pies de una horda de 200 navíos de guerra hechos de metal que avanzan escupiendo fuego? Los dioses estarían orgullosos de él. El reino se convertiría en imperio y sólo él tejería el manto del destino de este futuro, tan lejano al manto que los dioses tejieron para él en el pasado. O tal vez, ¿Habrá en este nuevo mundo una magia tan poderosa para llevar estos barcos, al menos uno, a su anhelado pasado? Los britanos, germanos, galos, hispanos y hasta los griegos, de los que había leído en libros, rogarían por misericordia. ¡Skol!
Un día en la taberna local mientras bebía una insípida cerveza, sin cuerpo ni sabor, vio una noticia que le congeló el corazón y luego le hizo arder la sangre mientras le gritaba obscenidades a la pantalla en un idioma que ni los presentes entendieron, parecía alguna forma de sueco antiguo perdida hace siglos. Su pequeña y fastidiosa vecina, una niña amable, enérgica y sonriente llamada Saga Vanecek había encontrado una espada antigua en el cercano lago Vidöstern. Posaba sonriente con la espada oxidada y le explicaba a las cámaras los detalles del evento junto a su complacido padre.
No había duda alguna: era la espada del Rey Hjorvarth, su gran amigo, a quien no veía desde hacía 1500 años cuando en un intento de detener la guerra por el trono entre sus hijos Ævar, Gætir y Einar, promulgó en su lecho de muerte que aquel que encontrara su espada sería el verdadero regente de su pueblo por encima de la sed de poder de sus hijos. Sólo aquel capaz de descifrar las pistas dejadas en varios poemas podría encontrarla. Nunca nadie lo hizo, tal vez porque en su demencia las pistas no tenían sentido alguno y durante los 200 años siguientes, los pueblos vikingos lucharon casi hasta su extinción, ignorando completamente la voluntad del moribundo rey.
Corrió a su casa olvidando que podía tomar un bus o un taxi y se preparó para la incursión a la casa de la pequeña Saga. Recordó el día que recibió en la biblioteca un baúl donado por un anciano y que contenía una colección de telas grabadas y objetos antiguos, una de esas telas contenía el relato del conde Hvitserk Havardsson, mano derecha del Rey. Cuando terminó de leer el extraño lienzo, sintió como el hechizo se activaba y la maldición del antiguo conde se apoderaba de su cuerpo. Hvitserk recuerda cómo esperó durante siglos a alguien que pudiera liberarlo hasta que este insignificante y enclenque bibliotecario tradujo el escrito y lo leyó en voz alta.
En las noticias, el curador del Museo Birka de Estocolmo, uno de los 3 más importantes del mundo dedicados a estudiar vikingos habló sobre el hallazgo de la niña.
—La espada se remonta al siglo V o VI en la época previa a las grandes invasiones de los vikingos al norte de Europa, Rusia y partes del mediterráneo. La familia de Saga podrá conservar la espada ya que no tiene valor histórico alguno por tratarse de una espada genérica, tal vez perteneciente a un campesino o granjero cualquiera… —dice el experto.
Luego la presentadora entrevista vía videoconferencia a Mikael Nordström, del Museo Jönköpings Läns
—...he investigado hallazgos en toda escandinavia especialmente en Noruega, a veces me siento más noruego que sueco. —se ríe el hombre —sospecho que la espada pudo ser utilizada en un ritual de sacrificio en el lago y espero poder examinar la espada en mis instalaciones en Noruega.
Nunca se había una espada de tal periodo en tan buenos condiciones. El profesor siempre había querido sentirse como un guerrero vikingo del siglo V e incluso bromea con convertirse en un rey vikingo. Erik, o mejor dicho Hvitserk, entró en furia cuando el primer experto aseguró que la espada era de alguien insignificante y luego otro, en un evidente acto de distracción digno de Loki, el dios del engaño, manifestaba su deseo de obtener la espada para quedarse con el trono.
Las implicaciones de tener un heredero noruego del trono de Suecia a 1500 años de distancia perturbaron a Hvitserk mientras avanzaba hacia la casa de los Vanecek cubierto por la oscuridad. Planeó secuestrar a Saga y robar la espada para luego llevarlas a las montañas donde realizaría el ritual en el que ella renunciaría a la espada, se la entregaría a él y luego volvería a su época a gobernar para evitar una sangrienta guerra de los hijos del Rey. Fácil. Si esto llegase a pasar, el destino del mundo entero cambiaría drásticamente al redefinir el curso de las invasiones a Europa por parte de los vikingos, podrían ser peores que las de los mongoles y los hunos juntas.
La propiedad de los Vanecek estaba compuesta por varios edificios al pie del lago. En uno de ellos guardaban el bote de velas que la familia usaba para navegar en el verano. Al llegar a unos 100 metros del lugar pudo ver que en el patio trasero de la casa hay una reunión entre los padres de la niña, Mikael Nordström y su equipo de hombres armados, seguramente negociando cómo dividir las tierras y los tributos de los pueblos cercanos. Con la espada en sus manos, Mikael, podría nombrar a su antojo a los condes, jefes guerreros, artesanos, campesinos y esclavos. Es un enorme poder para una persona que ni siquiera le reza a los mismos dioses y cuya lealtad yace en las tierras de Noruega.
El fuego inicia en el barco y minutos después consume el cobertizo completo hecho de madera. Los presentes de la reunión dejan sus pertenencias de investigación arqueológica y corren a intentar apagar el fuego con baldes y agua del lago. A los niños se les ordenó quedarse adentro mientras los adultos se encargaban de la emergencia. En un descuido de todos, Hvitserk ingresa a la casa en medio del alboroto y busca desesperado la espada. La encuentra en la cocina en las manos de Saga, su más temida rival al trono, quien lo saluda alegre y un poco confundida.
—Hola, señor Svenson —saluda ella —¿Vino a apagar el fuego?
—La espada, me pertenece por derecho —responde él.
—Se la puedo prestar si quiere, pero es mía —dice ella, sonríe y se la ofrece.
El inocente y desinteresado acto lo congela por un momento. La espada del Rey Hjorvarth está ahí frente a él, a su alcance, basta estirar un poco el brazo para tomar el destino de una de las civilizaciones más poderosas que han pisado la tierra. El oro, la gloria y el poder combinados en un pedazo de metal alargado y oxidado que había estado aguardando paciente durante más de quince siglos.
—¿Me la ofreces libremente? ¿Permitirías que yo me apropiara de un objeto de tal poder? —pregunta confundido el hombre.
—Si prometes que no vas a romperla te la presto —agrega ella.
Hvitserk toma su chaqueta y envuelve la espada sin tocarla directamente. Le pide a la niña que lo acompañe, que es más seguro ir a las montañas y la ingenua niña quien conoce al amable hombre de la biblioteca y confía en él, lo sigue sin dudarlo. Caminar por las laderas y bosques es algo normal en un lugar donde las casas están a cientos de metros unas de otras. Arrec, el hermano menor de la niña se da cuenta y corre buscando ayuda pero en el caos del incendio no encuentra a su padre y es tímido para contarle a alguien diferente.
Pasó una hora de caminata, la niña y el vikingo hablaron todo el camino de los líderes guerreros, el muro de escudos, los dioses antiguos y grandes hazañas. Ella escuchaba cautiva las correcciones que él tenía para ella sobre temas históricos. Él, se sorprendía al hallarse a sí mismo disfrutando la conversación con una usurpadora de tal calaña y de tan corta altura. Llegaron a una cabaña rústica, construida durante meses por Erik en el tope de una montaña muy escondida. Encendió las antorchas mientras la niña se probaba la ropa pobremente hecha de cueros y pieles almacenadas ahí desde que el hombre salió del centro psiquiátrico. Esos ropajes no podrían haber sido construidos por una persona normal.
—Hace frío aquí, aunque me gusta tu castillo vikingo —dice ella.
—Los vikingos no tenían castillos, niña. Eran grandes marinos y luchaban a campo abierto —la corrige él enojado.
—Por eso es que siempre perdían sus espadas, los castillos son seguros —se ríe la niña.
Hvitserk respira y deja escapar el enojo mientras continúa los preparativos del ritual. Cubre la mesa, prepara las cuerdas y afila el cuchillo. Observa a la niña jugando con las rústicas herramientas, aparejos y pieles. Tiene la misma edad que su hija mayor pero es más delicada y alegre, contagia tranquilidad para un corazón atormentado “¿Por qué matarla? ¿Qué tal si tomo la espada y ya? ¿Qué dirían los dioses de matar a una niña de esa forma?” ...en un ritual inventado por él, que no existía antes y que responde a su codicia más que a su honor.
—¿Por qué no quieres jugar con la espada? Ya no tiene filo —pregunta ella.
—Porque no soy digno todavía —responde él.
—El otro señor, Mikael, el del acento raro quiere que se la regale. Le dije que no, que es mía —le cuenta ella.
—Su acento es noruego, ningún noruego puede sostener la espada de mi rey, el Rey Hjorvarth.
—¿Quién es el Rey Hjor-var-th-th? Tiene nombre de anciano —se vuelve a reír ella.
Le cuenta toda la historia del rey, sus hijos, sus reinos y sus guerras. Los condes, los chamanes, los brujos, el viaje en el tiempo y la historia de la espada. Los horrores y la sangre que se ha derramado durante siglos, las frívolas rivalidades de los pueblos nórdicos y la necesidad de que la espada vuelva al siglo V. Finalmente le cuenta que él no es Erik, sino Hvitserk y que estuvo internado en un hospital para locos por mucho tiempo. Una hora después de empezar el relato, termina contándole que debía acabar con ella para recuperar la tranquilidad en el reino y evitar la guerra entre los hijos del Rey, por eso debe matarla.
Saga se queda en silencio unos momentos, pensando e intentando hablar.
—Te creo. Es una extraña historia, pero te creo. Podría ser peor, Hvitserk —dice ella.
—¿Cómo podría ser peor? —pregunta él.
—¡Podría ser danés! —dice ella y se ríe a carcajadas.
—...creo que nunca lo imaginé —agrega él mirando su cuchillo.
—Además se te olvida algo muy importante —dice ella —no puedes matarme aunque quieras.
—¿Por qué crees que no puedo matarte? —pregunta él confundido.
—Porque yo encontré la espada, yo soy la reina ahora ¿o no es así? —responde la niña sonriendo.
El martillo de la realidad lo golpea de frente y un escalofrío le recorre el cuerpo. A los lejos se escuchan los ladridos de los perros y la policía, se ven también las luces de las frenéticas linternas peinando cada centímetro de las colinas cercanas.
—Vienen los noruegos, saben que tenemos la espada —dice la niña angustiada en medio del juego.
—No voy a irme sin la espada de mi rey —responde él.
—Ya no es la espada de tu rey, él la tiró al lago y es mía —se enoja ella.
—Pero no puedes ser la reina de Suecia —le dice él, ofuscado.
—¿Por qué no? —pregunta ella.
Hvitserk guarda silencio durante unos minutos, mirando por las ventanas. Los ruidos de los rastreadores se detuvieron y las luces ya no brillan. Sabían que estaban ahí.
—Vete, escapa ahora, tu reina te lo ordena —dice Saga.
Ahí, iluminada por el fuego de las antorchas, vestida con pieles y la espada en la mano, no podría haber una mejor heredera del trono del gran Rey Hjorvarth.
—Como usted ordene, mi reina —respondió el hombre haciendo una reverencia.
Hvitserk huyó a las montañas y nunca se supo nada más de él. Nadie sabe qué sucedió con el bibliotecario solitario. Sin embargo Saga, la legítima heredera del trono de Suecia, en medio de su inocencia se pasa las tardes pensando que su amigo Hvitserk, antes conocido como Erik, encontró la forma de volver al siglo V y al final de sus días viajó en un avión al Valhalla junto a los suyos.
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